la fuerza de la creaci�n se hace para el hombre fuerza de redenci�n
Audiencia General del 29 de octubre de 1980
 



1. Desde hace ya mucho tiempo, nuestras reflexiones se centran sobre el siguiente enunciado de Jesucristo en el serm�n de la monta�a: �Hab�is o�do que fue dicho: No adulterar�s. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer dese�ndola, ya adulter� con ella (en relaci�n a ella) en su coraz�n� (Mt 5, 27-28). Ultimamente hemos aclarado que dichas palabras no pueden entenderse ni interpretarse en clave maniquea. No contienen, en modo alguno, la condenaci�n del cuerpo y de la sexualidad. Encierran solamente una llamada a vencer la triple concupiscencia, y en particular, la concupiscencia de la carne: lo que brota precisamente de la afirmaci�n de la dignidad personal del cuerpo y de la sexualidad, y �nicamente ratifica esta afirmaci�n.

Es importante precisar esta formulaci�n, o sea, determinar el significado propio de las palabras del serm�n de la monta�a, en las que Cristo apela al coraz�n humano (cf. Mt 5, 27-28), no s�lo a causa de �h�bitos inveterados� que surgen del manique�smo, en el modo de pensar y valorar las cosas, sino tambi�n a causa de algunas posiciones contempor�neas que interpretan el sentido del hombre y de la moral. Ricoeur ha calificado a Freud, Marx y Nietzche como �maestros de la sospecha� (1) (�maitres du soup�on�), teniendo presente el conjunto de sistemas que cada uno de ellos representa, y quiz�, sobre todo, la base oculta y la orientaci�n de cada uno de ellos al entender e interpretar el humanum mismo. Parece necesario aludir, al menos brevemente, a esta base y a esta orientaci�n. Es necesario hacerlo para descubrir, por una parte, una significativa convergencia y, por otra, tambi�n una divergencia fundamental con la hermen�utica que tiene su fuente en la Biblia, a la que intentamos dar expresi�n en nuestros an�lisis. �En qu� consiste la convergencia? Consiste en el hecho de que los intelectuales antes mencionados, los cuales han ejercido y ejercen gran influjo en el modo de pensar y valorar de los hombres de nuestro tiempo, parece que, en definitiva, tambi�n juzgan y acusan al �coraz�n� del hombre. A�n m�s, parece que lo juzgan y acusan a causa de lo que en el lenguaje b�blico, sobre todo de San Juan, se llama concupiscencia, la triple concupiscencia.

2. Se podr�a hacer aqu� una cierta distribuci�n de las partes. En la hermen�utica nietzschiana el juicio y la acusaci�n al coraz�n humano corresponden, en cierto sentido, a lo que en el lenguaje b�blico se llama �soberbia de la vida�; en la hermen�utica marxista, a lo que se llama �concupiscencia de los ojos�; en la hermen�utica freudiana, en cambio, a lo que se llama �concupiscencia de la carne�. La convergencia de estas concepciones con la hermen�utica del hombre fundada en la Biblia consiste en el hecho de que, al descubrir en el coraz�n humano la triple concupiscencia, hubi�ramos podido tambi�n nosotros limitarnos a poner ese coraz�n en estado de continua sospecha. Sin embargo, la Biblia no nos permite detenernos aqu�. Las palabras de Cristo, seg�n Mateo 5, 27-28, son tales que, aun manifestando toda la realidad, del deseo y de la concupiscencia, no permiten que se haga de esta concupiscencia el criterio absoluto de la antropolog�a y de la �tica, o sea, el n�cleo miso de la hermen�utica del hombre. En la Biblia, la triple concupiscencia no constituye el criterio fundamental y tal vez �nico y absoluto de la antropolog�a y de la �tica, aunque sea indudablemente un coeficiente importante para comprender al hombre, sus acciones y su valor moral. Tambi�n lo demuestran el an�lisis que hemos hecho ahora.

3. Aun queriendo llegar a una interpretaci�n completa de las palabras de Cristo sobre el hombre que �mira con concupiscencia� (cf. Mt 5, 27-28), no podemos quedar satisfechos con una concepci�n cualquiera de la �concupiscencia�, incluso en el caso de que se alcanzase la plenitud de la verdad �psicol�gica� accesible a nosotros; en cambio, debemos sacarla de la primera Carta de Juan 2, 15-16 y de la �teolog�a de la concupiscencia� que all� se encierra. El hombre que �mira para desear� es, efectivamente, el hombre de la concupiscencia de la carne. Por esto �l �puede� mirar de este modo e incluso debe ser consciente de que, abandonando este acto interior al dominio de las fuerzas de la naturaleza, no puede evitar el influjo de la concupiscencia de las fuerzas de la naturaleza, no puede evitar el influjo de la concupiscencia de la carne. En Mateo 5, 27-28, Cristo tambi�n trata de esto y llama la atenci�n sobre ello. Sus palabras se refieren no s�lo al acto concreto de �concupiscencia�, sino, indirectamente, tambi�n al �hombre de la concupiscencia�.

4. �Por qu� estas palabras del serm�n de la monta�a, a pesar de la convergencia de lo que dicen respecto al coraz�n humano (2) con lo que se expresa en la hermen�utica de los �maestros de la sospecha�, no pueden considerarse como base de dicha hermen�utica o de otra an�loga? Y, �por qu� constituyen ellas una expresi�n, una configuraci�n de un ethos totalmente diverso?, �diverso, no s�lo del maniqueo, sino tambi�n del freudiano? Pienso que el conjunto de los an�lisis y reflexiones, hechos hasta ahora, da respuesta a este interrogante. Resumiendo, se puede decir brevemente que las palabras de Cristo seg�n Mateo 5, 27-28 no nos permiten detenernos en la acusaci�n al coraz�n humano y ponerlo en estado de continua sospecha, sino que deben ser entendidas e interpretadas como una llamada dirigida al coraz�n. Esto deriva de la naturaleza misma del ethos de la redenci�n. Sobre el fundamento de este misterio, al que San Pablo (Rom 8, 23) define �redenci�n del cuerpo�, sobre el fundamento de la realidad llamada �redenci�n� y, en consecuencia, sobre el fundamento del ethos de la redenci�n del cuerpo, no podemos detenernos solamente en la acusaci�n al coraz�n humano, bas�ndonos en el deseo y en la concupiscencia de la carne. El hombre no puede detenerse poniendo al �coraz�n� en estado de continua e irreversible sospecha a causa de las manifestaciones de la concupiscencia de la carne y de la libido, que, entre otras cosas, un psicoanalista pone de relieve mediante el an�lisis del subconsciente (3). La redenci�n es una verdad, una realidad, en cuyo nombre debe sentirse llamado el hombre, y �llamado con eficacia�. Debe darse cuenta de esta llamada tambi�n mediante las palabras de Cristo seg�n Mateo 5, 27-28, le�das de nuevo en el contexto pleno de la revelaci�n del cuerpo. El hombre debe sentirse llamado a descubrir, m�s a�n, a realizar el significado esponsalicio del cuerpo y a expresar de este modo la libertad interior del don, es decir, de ese estado y de esa fuerza espirituales, que se derivan del dominio de la concupiscencia de la carne.

5. El hombre est� llamado a esto por la palabra del Evangelio, por lo tanto, desde �el exterior�, pero, al mismo tiempo, est� llamado tambi�n desde el �interior�. Las palabras de Cristo, el cual en el serm�n de la monta�a apela al �coraz�n�, inducen, en cierto sentido, al oyente a esta llamada interior. Si el oyente permite que esas palabras act�en en �l, podr� o�r al mismo tiempo en su interior algo as� como el eco de ese �principio�, de ese buen �principio� al que Cristo se refiri� una vez m�s, para recordar a sus oyentes qui�n es el hombre, qui�n es la mujer, y qui�nes son rec�procamente el uno para el otro en la obra de creaci�n. Las palabras que Cristo pronunci� en el serm�n de la monta�a no son una llamada lanzada al vac�o. No van dirigidas al hombre totalmente comprometido en la concupiscencia de la carne, incapaz de buscar otra forma de relaciones rec�procas en el �mbito del atractivo perenne, que acompa�a la historia del hombre y de la mujer precisamente �desde el principio�. Las palabras de Cristo dan testimonio de que la fuerza originaria (por tanto, tambi�n la gracia) del misterio de la creaci�n se convierte para cada uno de ellos en fuerza (esto es, gracia) del misterio de la redenci�n. Esto se refiere a la misma naturaleza, al mismo substrato de la humanidad de la persona, a los impulsos m�s profundos del �coraz�n�. �Acaso no siente el hombre, juntamente con la concupiscencia, una necesidad profunda de conservar la dignidad de las relaciones rec�procas, que encuentran su expresi�n en el cuerpo, gracias a su masculinidad y feminidad? �Acaso no siente la necesidad de impregnarlas de todo lo que es noble y bello? �Acaso no siente la necesidad de conferirle el valor supremo, que es el amor?

6. Bien considerada, esta llamada que encierran las palabras de Cristo en el serm�n de la monta�a no puede ser un acto separado del contexto de la existencia concreta. Es siempre -aunque s�lo en la dimensi�n del acto al que se refiere- el descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida, en el que est� comprendido tambi�n ese significado del cuerpo, que aqu� llamamos �esponsalicio�. El significado del cuerpo es, en cierto sentido, la ant�tesis de la libido freudiana. El significado de la vida es la ant�tesis de la hermen�utica �de la sospecha�. Esta hermen�utica es muy diferente, es radicalmente diferente de la que descubrimos en las palabras de Cristo en el serm�n de la monta�a. Estas palabras revelan no s�lo otro ethos, sino tambi�n otra visi�n de las posibilidades del hombre. Es importante que �l, precisamente en su �coraz�n�, no se sienta solo e irrevocablemente acusado y abandonado a la concupiscencia de la carne, sino que en el mismo coraz�n se sienta llamado con energ�a. Llamado precisamente a ese valor supremo, que es el amor. Llamado como persona en la verdad de su humanidad, por lo tanto, tambi�n en la verdad de su masculinidad y feminidad, en la verdad de su cuerpo. Llamado en esa verdad que es patrimonio �del principio�, patrimonio de su coraz�n, m�s profundo que el estado pecaminoso heredado, m�s profundo que la triple concupiscencia. Las palabras de Cristo, encuadradas en toda la realidad de la creaci�n y de la redenci�n, actualizan de nuevo esa heredad m�s profunda y le dan una fuerza real en la vida del hombre.
 



Notas

(1) �Le philosophe form� � l��cole de Descartes sait que les choses sont douteuses, qu�elles ne sont pas telles qu�elles apparaissent; mais il ne doute pas que la conscience ne soit telle qu�elle apparait � elle-m�me...; depuis Marx, Nietzsche et Freud nous en doutons. Apr�s le doute sur la chose, nous sommes entr�s dans le doute sur la conscience.

Mais ces trois maitres du soup�on ne sont pas trois maitres de scepticisme; ce sont assur�ment trois grands �destructeurs�. /... /

A partir d�eux, la compr�hension est une herm�neutique: chercher le sens, d�sormais, ce n�est plus �peler la conscience du sens, mais en d�chiffrer les expresions. Ce qu�il faudrait donc confronter, c�est non seulement un triple soup�on mais une triple ruse /... /

Du m�me coup se d�couvre une parent� plus profonde encore entre Marx, Freud et Nietzsche. Tous trois commencent par le soup�on concernant les illusions de la conscience et continuent par la ruse du d�chiffrage...� (Paul Ricoeur, Le conflit des interpr�tations, Par�s 1969 (Seuil). p�gs. 149-150).

(2) Cf. tambi�n Mt 5, 19-20.

(3) Cf., por ejemplo, la caracter�stica afirmaci�n de la �ltima obra de Freud:

�Den Kern unseres Wesens bildet also das dunkle Es, das nicht direckt mit der Aussenwelt verkehrt und auch unserer Kenntnis nur durch die Vermittlung einer anderen Instanz zug�nglich wird. In diesem Es wirken die organischen Triebe, selbst aus Mischungen von zwei Urkr�ften (Eron und Destruktion) in wechselnden Ausmassen zusammengesetzt, und durch ihre Beziehung zu Organen oder Organsystemen voeinander differenziert.

Das einzige Streben dieser Triebe ist nach Befriedigung, die von bestimmten Ver�nderungen an den Organen mit Hilfe von Obiekten der Aussenwelt erwartet wird� (S. Freud, Abriss der Psychoanalyse. Das Unbehagen in der Kultur. Frankfurt. M. Hamburgo 19554, (Fischer), p�gs. 74-75).

Entonces ese �n�cleo� o �coraz�n� del hombre estar�a dominado por la uni�n entre el instinto er�tico y el destructivo, y la vida consistir�a en satisfacerlos.
 

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