
tensi�n entre
carne y esp�ritu en el coraz�n del hombre
Audiencia General del 17 de diciembre de 1980
1. �La carne tiene
tendencias contrarias a las del Esp�ritu, y el Esp�ritu tendencias
contrarias a las de la carne�. Queremos profundizar hoy en estas
palabras de San Pablo tomadas de la Carta a los G�latas (5, 17), con
las que la semana pasada terminamos nuestras reflexiones sobre el
tema del justo significado de la pureza. Pablo piensa en la tensi�n
que existe en el interior del hombre, precisamente en su �coraz�n�.
No se trata aqu� solamente del cuerpo (la materia) y del esp�ritu
(el alma), como de dos componentes antropol�gicos esencialmente
diversos, que constituyen desde el �principio� la esencia misma del
hombre. Pero se presupone esa disposici�n de fuerzas que se forman
en el hombre con el pecado original y de las que participan todo
hombre �hist�rico�. En esta disposici�n, que se forma en el interior
del hombre, el cuerpo se contrapone al esp�ritu y f�cilmente domina
sobre �l (1). La terminolog�a paulina, sin embargo, significa algo
m�s: aqu� el predominio de la �carne� parece coincidir casi con la
que, seg�n la terminolog�a de San Juan, es la triple concupiscencia
que �viene del mundo�. La �carne�, en el lenguaje de las Cartas de
San Pablo (2), indica no s�lo al hombre �exterior�, sino tambi�n al
hombre �interiormente� sometido al mundo (3), en cierto sentido,
cerrado en el �mbito de esos valores que s�lo pertenecen al mundo y
de esos fines que es capaz de imponer al hombre: valores, por tanto,
a los que el hombre, en cuanto �carne�, es precisamente sensible.
As� el lenguaje de Pablo parece enlazarse con los contenidos
esenciales de Juan, y el lenguaje de ambos denota lo que se define
por diversos t�rminos de la �tica y de la antropolog�a
contempor�neas, como por ejemplo: �autarqu�a human�stica�, �secularismo�
o tambi�n, con un significado general, �sensualismo�. El hombre que
vive �seg�n la carne� es el hombre dispuesto solamente a lo que
viene �del mundo�: es el hombre de los �sentidos� el hombre de la
triple concupiscencia. Lo confirman sus acciones, como diremos
dentro de poco.
2. Este hombre vive casi en el polo opuesto respecto a lo que �quiere
el Esp�ritu�. El Esp�ritu de Dios quiere una realidad diversa de la
que quiere la carne, desea una realidad diversa de la que desea la
carne y esto ya en el interior del hombre, ya en la fuente interior
de las aspiraciones y de las acciones del hombre, �de manera que no
hag�is lo que quer�is� (G�l 5, 17).
Pablo expresa esto de modo todav�a m�s expl�cito, al escribir en
otro lugar del mal que hace, aunque no lo quiera, y de la
imposibilidad -o m�s bien, de la posibilidad limitada- de realizar
el bien que �quiere� (cf. Rom 7, 19). Sin entrar en los problemas de
una ex�gesis pormenorizada de este texto, se podr�a decir que la
tensi�n entre la �carne� y el �esp�ritu� es ante todo, inmanente,
aun cuando no se reduce a este nivel. Se manifiesta en su coraz�n
como �combate� entre el bien y el mal. Ese deseo, del que habla
Cristo en el serm�n de la monta�a (cf. Mt 5, 27-28), aunque sea un
acto �interior� sigue siendo ciertamente -seg�n el lenguaje paulino-
una manifestaci�n de la vida �seg�n la carne�. Al mismo tiempo, ese
deseo nos permite comprobar c�mo en el interior del hombre la vida �seg�n
la carne� se opone a la vida �seg�n el esp�ritu�, y c�mo esta �ltima,
en la situaci�n actual del hombre, dado su estado pecaminoso
hereditario, est� constantemente expuesta a la debilidad e
insuficiencia de la primera, a la que cede con frecuencia, si no se
refuerza en el interior para hacer precisamente lo �que quiere el
Esp�ritu�. Podemos deducir de ello que las palabras de Pablo, que
tratan de la vida �seg�n la carne� y �seg�n el esp�ritu�, son al
mismo tiempo una s�ntesis y un programa; y es preciso entenderlas en
esta clave.
3. Encontramos la misma contraposici�n de la vida �seg�n la carne� y
la vida �seg�n el Esp�ritu� en la Carta a los Romanos. Tambi�n aqu�
(como por lo dem�s en la Carta a los G�latas) esa contraposici�n se
coloca en el contexto de la doctrina paulina acerca de la
justificaci�n mediante la fe, es decir, mediante la potencia de
Cristo mismo que obra en el interior del hombre por medio del
Esp�ritu Santo. En este contexto Pablo lleva esa contraposici�n a
sus �ltimas consecuencias, cuando escribe: �Los que son seg�n la
carne sienten las cosas carnales, los que son seg�n el Esp�ritu
sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es
muerte, pero el apetito del Esp�ritu es vida y paz. Por lo cual el
apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede
sujetarse a la ley de Dios. Los que viven seg�n la carne no pueden
agradar a Dios; pero vosotros no viv�s seg�n la carne, sino seg�n el
Esp�ritu, si es que de verdad el Esp�ritu de Dios habita en vosotros.
Pero si alguno no tiene el Esp�ritu de Cristo, este no es de Cristo.
Mas si Cristo est� en vosotros, el cuerpo est� muerto por el pecado,
pero el esp�ritu vive por la justicia� (Rom 8, 5-10).
4. Se ven con claridad los horizontes que Pablo delinea en este
texto: el se remonta al �principio�, es decir, en este caso, al
primer pecado del que tom� origen la vida �seg�n la carne� y que
cre� en el hombre la herencia de una predisposici�n a vivir
�nicamente semejante vida, juntamente con la herencia de la muerte.
Al mismo tiempo Pablo presenta la victoria final sobre el pecado y
sobre la muerte, de lo que es signo y anuncio la resurrecci�n de
Cristo: �El que resucit� a Cristo Jes�s de entre los muertos, dar�
tambi�n vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Esp�ritu,
que habita en vosotros� (Rom 8, 11). Y en esta perspectiva
escatol�gica, San Pablo pone de relieve la �justificaci�n� en Cristo,
destinada ya al hombre �hist�rico�, a todo hombre de �ayer, de hoy y
de ma�ana� de la historia del mundo y tambi�n de la historia de la
salvaci�n: justificaci�n que es esencial para el hombre interior, y
est� destinada precisamente a ese �coraz�n� al que Cristo se ha
referido, hablando de la �pureza� y de la �impureza� en sentido
moral. Esta �justificaci�n� por la fe no constituye simplemente una
dimensi�n del plan divino de la salvaci�n y de la santificaci�n del
hombre sino que es, seg�n San Pablo, una aut�ntica fuerza que act�a
en el hombre y que se revela y afirma en sus acciones.
5. He aqu� de nuevo las palabras de la Carta a los G�latas: �Ahora
bien; las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicaci�n,
impureza, lasciva, idolatr�a, hechicer�a, odios, discordias, celos,
rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios,
embriagueces, org�as y otras como �stas...� (5, 19-21). �Los frutos
del Esp�ritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad,
afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza... (5, 22-23). En la
doctrina paulina, la vida �seg�n la carne� se opone a la vida �seg�n
el Esp�ritu�, no s�lo en el interior del hombre, en su �coraz�n�,
sino, como se ve, encuentra un amplio y diferenciado campo para
traducirse en obras. Pablo habla, por un lado, de las �obras� que
nacen de la �carne� -se podr�a decir: de las obras en las que se
manifiesta el hombre que vive �seg�n la carne�- y, por otro, habla
del �fruto del Esp�ritu�, esto es, de las acciones (4), de los modos
de comportarse, de las virtudes, en las que se manifiesta el hombre
que vive �seg�n el Esp�ritu�. Mientras en el primer caso nos
encontramos con el hombre abandonado a la triple concupiscencia, de
la que dice Juan que viene �del mundo�, en el segundo caso nos
hallamos frente a lo que ya antes hemos llamado el ethos de la
redenci�n. Ahora s�lo estamos en disposici�n de esclarecer
plenamente la naturaleza y la estructura de ese ethos. Se manifiesta
y se afirma a trav�s de lo que en el hombre en todo su �obrar�, en
las acciones y en el comportamiento, es fruto del dominio sobre la
triple concupiscencia: de la carne, de los ojos, y de la soberbia de
la vida (de todo eso de lo que puede ser justamente �acusado� el
coraz�n humano y de lo que pueden ser continuamente �sospechosos� el
hombre y su interioridad).
6. Si el dominio en la esfera del ethos se manifiesta y se realiza
como �amor, alegr�a, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de si� -as� leemos en la Carta a los G�latas-,
entonces detr�s de cada una de estas realizaciones, de estos
comportamientos, de estas virtudes morales, hay una opci�n
espec�fica, es decir, un esfuerzo de la voluntad fruto del esp�ritu
humano penetrado por el Esp�ritu de Dios, que se manifiesta en la
elecci�n del bien. Hablando con lenguaje de Pablo: �El Esp�ritu
tiene tendencias contrarias a la carne� (G�l 5, 17), y en estos �deseos�
suyos se demuestra m�s fuerte que la �carne� y que los deseos que
engendra la triple concupiscencia. En esta lucha entre el bien y el
mal, el hombre se demuestra m�s fuerte gracias a la potencia del
Esp�ritu Santo que, actuando dentro del esp�ritu humano, hace
realmente que sus deseos fructifiquen en bien. Por tanto, �stas son
no s�lo -y no tanto- �obras� del hombre, cuanto �fruto�, esto es,
efecto de la acci�n del �Esp�ritu� en el hombre. Y por esto Pablo
habla del �fruto del Esp�ritu� entendiendo esta palabra con
may�scula.
Sin penetrar en las estructuras de la interioridad humana mediante
sutiles diferenciaciones que nos suministra la teolog�a sistem�tica
(especialmente a partir de Tom�s de Aquino), nos limitamos a la
exposici�n sint�tica de la doctrina b�blica, que nos permite
comprender, de manera esencial y suficiente, la distinci�n y
contraposici�n de la �carne� y del �Esp�ritu�.
Hemos observado que entre los frutos del Esp�ritu el Ap�stol pone
tambi�n el �dominio de s��. Es necesario no olvidarlo, porque en las
reflexiones ulteriores reanudaremos este tema para tratarlo de modo
m�s detallado.
Notas
(1) �Paul never, like the Greeks, identified �sinful flesh� with the
physical body...
Flesh, then, in Paul is not to be identified with sex or with the physical
body. It is closer to the Hebrew thought of the physical personality - the
self including physical and psychical elements as vehicle of the outward
life and te lower levels of experience.
It is man in his humanness with all the limitations, moral weakness,
vulnerability, creatureliness and mortality, which being human implies...
Man is vulnerable both to evil and to God; he is a vehicle, a channel, a
dwellingplace, a temple, A battlefield (Paul uses each metaphor) for good
and evil.
Which shall possess, Indwell, master him - whether sin, evil, the sprit that
now worketh in the children of disobedience, or Christ, the �Holy Spirit,
faith grace - it is for each man to choose.
That he can so choose, brings to view the other side of Paul�s conception ot
human spirito (R.E.O. White, Biblical Ethics, Exeter 1979, Paternoster
Press, p�ginas 135-138).
(2) La interpretaci�n de la palabra griega sarx �carne� en las Cartas de
Pablo depende del contexto de la Carta. En la Carta a los G�latas, por
ejemplo, se pueden especificar, al menos, dos significados distintos de sarx.
Al escribir a los G�latas, Pablo combat�a contra dos peligros que amenazaban
a la joven comunidad cristiana.
Por una parte, los convertidos del Juda�smo intentaban convencer a los
convertidos del paganismo para que aceptaran la circuncisi�n, que era
obligatoria en el Juda�smo. Pablo les echa en cara que �se glorian de la
carne�, esto es, de poner la esperanza en la circuncisi�n de la carne.
�Carne� en este contexto (G�l 3, 1-5, 12; 6, 12-18) significa, pues, �circuncisi�n�,
como s�mbolo de una nueva sumisi�n a las leyes del juda�smo.
El seg�ndo peligro, en la joven iglesia g�lata, proven�a del influjo de los
�Pneum�ticos�, los cuales entend�an la obra del Esp�ritu Santo m�s bien como
divinizaci�n del hombre, que como potencia operante en sentido �tico. Esto
los llevaba a infravalorar los principios morales. Al escribirles, Pablo
llama �carne� a todo lo que acerca el hombre al objeto de su concupiscencia
y le halaga con la promesa seductora de una vida aparentemente m�s plena
(cf. G�l 5, 13; 6, 10).
La sarx, pues, �se glor�a� igualmente de la ley como de su infracci�n, y en
ambos casos promete lo que no puede mantener.
Pablo distingue explicitamente entre el objeto de la acci�n y la sarx. El
centro de la decisi�n no est� en la �carne�: �Andad en el Esp�ritu y no deis
satisfacci�n a la concupiscencia de la carne� (G�l 5, 16). El hombre cae en
la esclavitud de la carne cuando se conf�a a la �carne� y a lo que ella
promete (en el sentido de la �ley� o de la infracci�n de la ley).
(Cf. F. Mussner, Der Galaterbrief, Herders Theolog Kommentar zum NT, IX,
Freiburg 1974, Herder, p. 367; R. Jewett, Paul�s Anthropological Terms, A
Study of Their Use in Conflict Settings, Arbeiten zur Geschichte des antiken
Judentums und des Urchristentums, X, Leiden 1971, Brill, pp. 95-106).
(3) Pablo subraya en sus Cartas el car�cter dram�tico de lo que se
desarrolla en el mundo. Puesto que los hombres, por su culpa, han olvidado a
Dios, �por esto los entreg� Dios a los deseos de su coraz�n, a la impureza�
(Rom 1, 24), de la que proviene tambi�n todo el desorden moral que deforma,
tanto la vida sexual (ib., 1, 24-27), como el funcionamiento de la vida
social y econ�mica (ib., 1, 29-32) e incluso cultural; efectivamente, �conociendo
la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no
s�lo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen� (ib., 1, 32).
Desde el momento en que, a causa de un solo hombre entr� el pecado en el
mundo (ib., 5, 12), �el Dios de este mundo ceg� su inteligencia incredula
para que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo� (2
Cor 4, 4)- y por esto tambi�n �la ira de Dios se manifiesta desde el cielo
sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en su injusticia
aprisionan la verdad con la injusticia� (Rom 1, 18).
Por esto �el continuo anhelar de las criaturas ansia la manifestaci�n de los
hijos de Dios con la esperanza de que tambi�n ellas ser�n liberadas de la
servidumbre de la corrupci�n para participar en la libertad de la gloria de
los hijos de Dios� (ib., 8, 19-21), esa libertad para la que �Cristo nos ha
hecho libres (G�l 5, 1).
El concepto de �mundo� en San Juan tiene diversos significados: en su Carta
primera, el mundo es el lugar donde se manifiesta la triple concupiscencia
(1 Jn 2, 13-16) y donde los falsos profetas y los adversarios de Cristo
tratan de seducir a los fieles pero los cristianos vencen al mundo gracias a
su fe (ib., 5, 4); efectivamente, el mundo pasa junto con sus
concupiscencias, y el que realiza la voluntad de Dios vive eternamente (cf.
ib., 2, 17).
(Cf. P Grelot, �Monde�, in: Dictionnaire de Spiritualit�, Asa�tique et
mystique doctrine et histoire, fascicules 68-69), Beauchesne, p. 1.628 ss.
Adem�s: J. Mateos J. Barreto, Vocabulario teol�gico del Evangelio de Juan,
Madrid 1980, Edic. Cristiandad, p�gs. 211-215).
(4) Los ex�getas hacen observar que, aunque, a veces, para Pablo el concepto
de �fruto� se aplica tambi�n a las �obras de la carne� (por ejemplo, �Rom 6,
21; 7, 5), sin embargo �el fruto del Esp�ritu� jam�s se llama obra�.
En efecto para Pablo �las obras� son los actos propios del hombre (o aquello
en lo que Israel pone, sin raz�n, la esperanza), de los que el responder�
ante Dios.
Pablo evita tambi�n el t�rmino �virtud�, arete; se encuentra una sola vez,
con sentido muy general, en Flp 4, 8. En el mundo griego esta palabra ten�a
un significado demasiado antropoc�ntrico; especialmente los estoicos pon�an
de relieve la autosuficiencia o autarqu�a de la virtud.
En cambio, el t�rmino �fruto del Esp�ritu� subraya la acci�n de Dios en el
hombre. Este �fruto� crece en �l como el don de una vida, cuyo �nico autor
es Dios; el hombre puede, a lo sumo, favorecer las condiciones adecuadas
para que el fruto pueda crecer y madurar.
El fruto del Esp�ritu, en forma singular, corresponde de alg�n modo a la
�justicia� del Antiguo Testamento, que abarca el conjunto de la vida
conforme a la vcluntad de Dios; corresponde tambi�n, en cierto sentido, a la
�virtud� de los estoicos, que era indivisible. Lo vemos, por ejemplo, en Ef
5, 9. 11: �El fruto de la luz es todo bondad, justicia y verdad... no
particip�is en las obras infructuosas de las tinieblas...�.
Sin embargo, �el fruto del Esp�ritu� es diferente, tanto de la �justicia�
como de la �virtud�, porque �l (en todas sus manifestaciones y
diferenciaciones que se ven en los catalogos de las virtudes) contiene el
efecto de la acci�n del Esp�ritu, que en la Iglesia es fundamento y
realizaci�n de la vida del cristiano.
(Cf. H. Schlier, Der Brief an die Galater, Meyer�s Kommentar G�ttingen 1971
Vandenhoeck-Ruprecht, pp. 255-264; O. Bauernfeind, arete In: Theological
Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel G. Bromley, vol. 1, Grand
Rapids 19789, Eerdmans, p. 460; W. Tatarkiewicz, Historia Filozofii, t. 1,
Warszawa 1970, PWN, pp. 121 E. Kamlah, Die Form der katalogischen Par�nese
im Neuen Testament, Wissen-schaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament,
7, T�bingen 1964, Mhr, p. 14.)
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