la abstinencia en el matrimonio
Audiencia General 14 de julio de 1982
 



1. En mis anteriores reflexiones, analizando el cap�tulo 7 de la primera Carta a los Corintios, he tratado de captar y comprender las ense�anzas y los consejos que San Pablo da a los destinatarios de su Carta, sobre las cuestiones referentes al matrimonio y a la continencia voluntaria (o sea, la abstenci�n del matrimonio ). Afirmando que quien elige el matrimonio �hace bien�, pero el que escoge la virginidad �hace mejor�, el Ap�stol se refiere a la caducidad del mundo, o sea, a todo lo que es temporal.

Es f�cil intuir que el motivo de la caducidad y fugacidad de lo temporal tiene, en este caso, m�s fuerza que la referencia a la realidad del �otro mundo�. El Ap�stol encuentra cierta dificultad para exponer su pensamiento; sin embargo, es claro que en la base de la interpretaci�n paulina del tema �matrimonio-virginidad� est� no s�lo la metaf�sica misma del ser accidental (y por consiguiente pasajero), sino sobre todo la teolog�a de una gran esperanza de la que Pablo fue entusiasta defensor. El destino eterno del hombre no es el �mundo�, sino el reino de Dios. El hombre no debe apegarse demasiado a los bienes del mundo perecedero.

2. Tambi�n el matrimonio est� ligado a la �escena de este mundo� que pasa; y en esto nos encontramos, en cierto sentido, muy cerca de la perspectiva abierta por Cristo en su enunciaci�n sobre la resurrecci�n futura (cf. Mt 22, 23-32; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40). Por eso el cristiano, seg�n las ense�anzas de Pablo, debe vivir el matrimonio desde el punto de vista de su vocaci�n definitiva. Y, mientras el matrimonio esta ligado a la escena de este mundo que pasa y por lo tanto impone, en un cierto sentido la necesidad de �encerrarse� en esta caducidad; la abstenci�n del matrimonio, en cambio, est� libre -se puede decir- de esa necesidad. Precisamente por esto el Ap�stol afirma que �hace mejor� quien elige la continencia. Y aunque su argumentaci�n sigue por este camino, sin embargo aparece claramente en primer plano (como hemos constatado ya) sobre todo el problema de �agradar al Se�or� y �preocuparse de las cosas del Se�or�.

3. Se puede admitir que las mismas razones valen para lo que el Ap�stol aconseja a las mujeres que se han quedado viudas: �La mujer est� ligada por todo el tiempo de vida a su marido; mas una vez que se duerme el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Se�or. M�s feliz ser� si permanece as�, conforme a mi consejo, pues tambi�n creo tener yo el esp�ritu de Dios� (1Cor 7 39-40).

As� pues permanezca en la viudez en lugar de contraer un nuevo matrimonio.

4. En lo que descubrimos con una lectura atenta de la Carta a los Corintios (especialmente del cap. 7) aparece todo el realismo de la teolog�a paulina sobre el cuerpo. El Ap�stol en la Carta afirma que �vuestro cuerpo es templo del Esp�ritu Santo, que est� en vosotros� (1Cor 6, 19), pero al mismo tiempo es plenamente consciente de la debilidad y de la pecabilidad a las que el hombre est� sujeto, precisamente a causa de la concupiscencia de la carne.

Sin embargo, esta conciencia no ofusca en �l de modo alguno la realidad del don de Dios, del que participan tanto los que se abstienen del matrimonio, como los que toman mujer o marido. En el cap�tulo 7 de la primera Carta a los Corintios encontramos un claro est�mulo a la abstenci�n del matrimonio, la convicci�n de que �hace mejor� quien opta por ella; sin embargo, no encontramos ning�n fundamento para considerar a los casados personas �carnales� y a los que, por motivos religiosos, han elegido la continencia �espirituales�. Efectivamente, en uno y en otro modo de vida -hoy dir�amos, en una y en otra vocaci�n-, act�a ese �don� que cada uno recibe de Dios, es decir, la gracia la cual hace que el cuerpo se convierta en �templo del Esp�ritu Santo� y que permanezca tal, as� en la virginidad (en la continencia), como tambi�n en el matrimonio, si el hombre se mantiene fiel al propio don y, en conformidad con su estado, o sea, con la propia vocaci�n, no �deshonra� este �templo del Esp�ritu Santo�, que es su cuerpo.

5. En las ense�anzas de Pablo, contenidas sobre todo en el cap�tulo 7 de la primera Carta a los Corintios, no encontramos ninguna premisa para lo que m�s tarde se llamar� �manique�smo�. El Ap�stol es plenamente consciente de que -aunque la continencia por el reino de los cielos sea siempre digna de recomendaci�n- la gracia, es decir, �el don propio de Dios� ayuda tambi�n a los esposos en esa convivencia, en la cual (seg�n las palabras del G�n 2, 24) ellos se unen tan estrechamente que forman �una sola carne�. As�, pues, esta convivencia carnal est� sometida a la potencia del �don propio de Dios� que cada uno recibe. El Ap�stol escribe sobre esto con el mismo realismo que caracteriza toda su argumentaci�n en el cap�tulo 7 de esta Carta: �El marido otorgue lo que es debido a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es due�a de su propio cuerpo, es el marido, e igualmente el marido no es due�o de su propio cuerpo: es la mujer�

6. Se puede decir que estas enunciaciones son un comentario claro, por parte del Nuevo Testamento, a las palabras del libro del G�nesis (G�n 2, 24) que acabo de recordar. Sin embargo, los t�rminos usados aqu�, en particular las expresiones �lo que es debido� y �no es due�a (due�o)� no se pueden explicar prescindiendo de la justa dimensi�n de la alianza matrimonial, como trat� de aclarar cuando analice los textos del libro del G�nesis; procurar� hacerlo m�s ampliamente a�n cuando hable de la sacramentalidad del matrimonio seg�n la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 22-23). En su momento, ser� necesario volver sobre estas expresiones significativas que del vocabulario de San Pablo han pasado a toda la teolog�a del matrimonio.

7. Por ahora, sigamos fijando la atenci�n en las otras frases del mismo p�rrafo del cap�tulo 7 de la primera Carta a los Corintios, en el que el Ap�stol dirige a los esposos las siguientes palabras: �No os defraud�is uno al otro, a no ser de com�n acuerdo por alg�n tiempo, para daros a la oraci�n, y de nuevo volved a lo mismo a fin de que no os tiene Satan�s de incontinencia. Esto os lo digo condescendiendo, no mandando� (1Cor 7, 5-6). Es un texto muy significativo, al que habr� que referirse de nuevo en el contexto de las meditaciones sobre otros temas.

En toda su argumentaci�n sobre el matrimonio y la continencia, el Ap�stol hace, como Cristo, una clara distinci�n entre el mandamiento y el consejo evang�lico: por eso, es muy significativo el hecho de que siente la necesidad de referirse tambi�n a la �condescendencia� como a una regla suplementaria, y esto precisamente sobre todo con referencia a los esposos y a su rec�proca convivencia. San Pablo dice claramente que tanto la convivencia conyugal como la voluntaria y peri�dica abstenci�n de los esposos, debe ser fruto de ese �don de Dios� que es �propio� de ellos, y que, cooperando conscientemente con �l, los mismos c�nyuges pueden mantener y reforzar ese rec�proco v�nculo personal y al mismo tiempo esa dignidad que el hecho de ser �templo del Esp�ritu Santo, que est� en vosotros� (cf. 1Cor 6, 19), confiere a su cuerpo.

8. Parece que la regla paulina de �condescendencia� indica la necesidad de tomar en consideraci�n todo lo que, de alguna manera, corresponde al car�cter subjetivo tan diferenciado del hombre y de la mujer. Todo lo que en este aspecto subjetivo es de naturaleza no s�lo espiritual sino tambi�n sico-somatica, toda la riqueza subjetiva del hombre -la cual entre su naturaleza corporal, se expresa en la sensibilidad espec�fica tanto del hombre como de la mujer-, todo esto debe permanecer bajo la influencia del don que cada uno recibe de Dios don que es propio de cada uno.

Como se ve, en el cap�tulo 7 de la primera Carta a los Corintios, San Pablo interpreta las ense�anzas de Cristo sobre la continencia por el reino de los cielos en esa forma, tan pastoral, que le es caracter�stica, acentos naturalmente muy personales. El interpreta las ense�anzas sobre la continencia, sobre la virginidad, en l�nea paralela a la doctrina sobre el matrimonio, conservando el realismo propio de un pastor y, al mismo tiempo, los par�metros que encontramos en el Evangelio, en las palabras del mismo Cristo.

9. En la enunciaci�n paulina se encuentra esa fundamental estructura-cuadro de la doctrina revelada sobre el hombre que esta destinado, tambi�n con su cuerpo, a la �vida futura�. Esta estructura-cuadro constituye la base de todas las ense�anzas evang�licas sobre la continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19, 12); pero al mismo tiempo en ella se basa tambi�n el cumplimiento definitivo (escatol�gico) de la doctrina evang�lica sobre el matrimonio (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 36). Estas dos dimensiones, de la vocaci�n humana no se oponen entre s�, sino que se complementan. Ambas dan respuesta plena a uno de los interrogantes fundamentales del hombre: el interrogante sobre el significado del �ser cuerpo�, es decir, sobre el significado de la masculinidad y feminidad, de ser �en el cuerpo� un hombre o una mujer.

10. Lo que generalmente llamamos teolog�a del cuerpo aparece como algo verdaderamente fundamental y constitutivo para toda la hermen�utica antropol�gica y al mismo tiempo igualmente para la �tica y para la teolog�a del ethos humano. En cada uno de estos sectores, hay que tener muy presentes las palabras de Cristo, en las que El se remite al �principio� (cf. Mt 19, 4) o al �coraz�n� como lugar interior y contempor�neamente �hist�rico� cf. Mt 5, 28) del encuentro con la concupiscencia de la carne; pero hay que tener tambi�n bien presentes las palabras con las que Cristo se ha referido a la resurrecci�n, para injertar en el mismo inquieto coraz�n del hombre las primeras semillas de la respuesta al interrogante sobre el significado de ser carne en la perspectiva del �otro mundo�.
 

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